Una conversación ajena se coló por mis oídos. La historia venía de un joven español que se divertía contando anécdotas de amores fracasados a su nueva conquista. Ella, colombiana de pura cepa, escuchaba las historias con atención, un par de preguntas y mucho silencio.
El joven español, pelirrojo y con una colección amplia de pecas, relataba con gracia lo que había pasado con unos cuantos amores fallidos e intercalaba las historias con experiencias de infancia y adolescencia para dejarse conocer a través de sus vivencias.
Ella, pelinegra y piel canela, se dejaba seducir por las andanzas de Pedro, porque de cuento en cuento, ya había viajado desde Bogotá hasta Madrid y de vuelta, pasando por Rio de Janeiro.
Karen y Pedro disfrutaban del clima bipolar de Bogotá, mientras se conquistaban mutuamente con historias únicas, arreglando relaciones ajenas, criticando patrones de las relaciones amorosas y buscando en el otro, un espacio para meterse de cabeza. Al fin y al cabo, Karen y Pedro eran mortales que buscaban un amor inmortal.
Era inevitable no escuchar las historias de Pedro porque éstas inundaban el lugar gracias a la chispa que él les impregnaba. Hasta el café tenía oídos y se alimentaba de anécdotas exóticas y de sonrisas que dejaban entrever los 2 protagonistas. Entre una llovizna caprichosa y un sol tímido digno de la capital, Pedro dijo una frase que quedaría inmortalizada en una entrada al blog: “El amor es como fumarse un chocapic: dulce, inesperado e inolvidable”.
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