El amor: una ciencia incierta

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Las mejores historias de amor empiezan inesperadamente, sin presiones, ni pretensiones. Llegan a nuestras vidas como un regalo de Dios y empiezan a escribirse con nuestros sueños y anhelos.

Y hay tantas historias que escribimos con otras personas, pero que a la vuelta de la página terminan. Es más, hay otras que no alcanzan a ser ni párrafos, porque se quedan en la brevedad de una frase simple compuesta. Cada historia tiene sus protagonistas, sus problemas y desenlaces, que a veces deja en desconcierto a alguna de las partes.

Por eso, durante la vida vamos construyendo y destruyendo historias de amor, por ‘x’ o ‘y’ razón, pero siempre con la convicción de que llegará una historia que se escribirá durante toda la vida con el amor de la vida. Y es ahí, donde mil preguntas salen a relucir como: ¿tendré un alma gemela? ¿será que sí encontraré a alguien que me quiera tal cual como soy?, etc.
De hecho, es raro cómo el amor tiene algo de agridulce, porque cuando termina, se va o desaparece, pareciera que el futuro se hace incierto, mientras el presente se vuelve un peso cargado de pasado.

¿Qué sería del amor si fuera una ciencia cierta? ¿Si todos nos supiéramos la fórmula? Tal vez, nos evitaríamos la sensación agridulce, pero también nos perderíamos la emoción de empezar a escribir una historia nueva, llena de expectativa, ilusión y esperanza. Por mi parte, prefiero que el amor sea una ciencia incierta, porque eso convierte la experiencia de vivirlo y descubrirlo, más emocionante.

Ana María Bustos

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