Hay días en los que tu energía está tan recargada de cosas positivas, de pensamientos bonitos y de ideas emocionantes, que tu alrededor instantáneamente se convierte en un escenario encantador y alucinante.
Así fue ese sábado que decidí caminar por las callecitas del centro de mi ciudad, iba sin ningún afán y sin ningún propósito en específico; sólo quería caminar y disfrutar del viento caribeño que suele viajar acompañado de tintes de calor y toques de sal. ¡Cómo me gustaba pasear por las mismas calles que conocía desde pequeña y admirar los detalles, que podría ya saberme de memoria, pero que los detallaba con asombro como si fuera la primera vez!
Me estaba deleitando con lo conocido, mientras que dejaba que mis pensamientos se divirtieran con mis sentimientos construyendo hipótesis, recreando historias y armando ideas fuera de lo común.
Cada detalle que lograba cautivar mi atención, lo dejaba guardado en mi cámara. Así pasé gran parte de la tarde de ese sábado.
Ya había tomado la decisión de irme a casa, cuando en el caminito que me llevaba a los parqueaderos, me encontré con un elefante bebé bañándose en el agua. No estoy segura si era agua de lluvia o alguien amablemente le había recreado una “piscina” para que el pequeño elefantito disfrutara del placer de bañarse.
Sin dudarlo, me frené ante él: quería fotografiarlo, guardarlo en video, recordarlo vívidamente cuando quisiera. Pero, no fue fácil. El pequeño elefantito no quería dejarse registrar, parecía como si tuviera alguna especie de alergia extraña a las cámaras. Lo intenté varias veces, pero lo único que recibía de su parte era un chapuzón de agua. Cada vez que me acercaba, o intentaba acercarme con la cámara, me echaba agua con su trompa y cuando lograba mojarme, se retorcía de inmensa alegría en el pequeño charco que poseía.
Me rendí, no logré capturar el momento, ni congelar el recuerdo en fotos. Así que me acerqué al pequeño elefante, como había decidido salir al centro: sin ningún propósito. Jugamos un buen rato, él estaba entusiasmado, no paraba de recoger agua para después expulsarla por su pequeña trompita. Creo que apenas había descubierto que era capaz de hacerlo y disfrutaba de su descubrimiento sin límites. Yo estaba dichosa, no habría podido planear algo tan encantador y a la vez, tan inesperado como encontrarme un elefante bebé en el centro de mi ciudad y jugar con él.
No sé cuántas horas pasaron, pero definitivamente había pasado mucho tiempo.
Ese encuentro inesperado que retrataba perfectamente la esencia de la belleza, me dejó sumergida en un mar de sensaciones, nadando entre reflexiones. Quizás los mejores momentos de nuestras vidas, no quedarán guardados en nuestras cámaras, en nuestros álbumes de fotos, pero sí en nuestro corazón, en nuestra memoria selectiva, en nuestra historia de vida. La belleza inesperada está en cada esquina de las calles que siempre transitamos, pero que solemos dejar en segundo plano. La belleza de cada instante, de cada cosa que nos rodea, está ahí donde estamos nosotros, ahí donde nuestros sentidos son capaces de activarse y producir sensaciones.
(Foto tomada de: http://bit.ly/2B1v2SN)
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