Un corazón reptil

Hacía ya un par de años que no me veía con Valeria. Nuestra amistad había empezado en el colegio, de la forma menos esperada, mientras sacábamos fotocopias en un “receso” durante las validaciones de materias, después de acabar el año escolar. 

La impresora había empezado a imprimir como loca y las dos, después del susto que tuvimos, nos habíamos reído tanto que nos fue muy difícil parar. Terminamos con los cachetes adoloridos, lágrimas de felicidad rodando por nuestra cara y quizás con el abdomen más marcado. 

 

Mucho había pasado desde la última vez que nos habíamos visto. Nuestras vidas habían empezado a evolucionar con cada año que pasaba, porque de eso se trataba la adultez al fin de cuentas, ¿no?. En resumen, Valeria llevaba varios años casada y ya tenía su primer hijo, yo mientras tanto, apenas cumplía 1 año de casada. Valeria vivía en Estados Unidos, mientras que yo seguía viviendo en Colombia. 

 

Ese día que nos vimos, quedé verdaderamente impresionada con su casa. Era inmensa, decorada con muy buen gusto, tenía los techos altos (¡altísimos!), predominaba el blanco y la madera clara. En fin, la casa reflejaba el éxito que estaban teniendo. 

Cuando vi a Val, como le decía de cariño, la vi cambiada. Bueno, en realidad no esperaba encontrarla igual, los años pasaban y todo iba cambiando a su vez, evolucionando. Su perfección me dejó embelesada, no sólo era la casa que era perfecta, ella también era perfecta y no me equivoqué en esa apreciación. 

 

Después de la típica charla de “¡qué felicidad verte!”, “¡estás igualita, definitivamente los años no te pasan!”, etc., etc., llegamos a su estilo de vida. Era directora de una escuela de niños adinerados y, claramente, ganaba muuuuy bien. Me contó con lujo de detalles cómo hacía a diario para mantener una vida TAN perfecta y cómo hacía para que no se le escapara ni un detalle. Me explicó lo excelente que era en su trabajo y no sólo eso, sino cómo también era la mamá perfecta, la que cocinaba saludable, hacía ejercicio, cuidaba con esmero su figura y su apariencia física. Yo simplemente escuchaba, me parecía increíble que alguien pudiera mantenerse en calma con tanto nivel de perfección en cada aspecto de su vida y la envidié; sólo un poquito, por tener ese súper poder que claramente yo carecía. Mientras ella era la fotografía de la mujer 10, yo de milagro lograba salir de la casa sin dejar las llaves adentro.  

 

Después de darle de comer a su hijo, Val me mostró la terraza. Era gigante y tenía acceso a la bahía. El día ya había oscurecido y el agua se veía oscura; de la nada, percibimos un movimiento sospechoso y nos quedamos quietas esperando a ver qué podía ser. Al principio pensé que podría ser un pescado muy grande, aunque en el fondo no sabía exactamente que podría ser aquello. Y la vimos. Una serpiente grande, poderosa y seductora. Y no tuve tiempo de asustarme porque todo pasó muy rápido, la imagen de la serpiente saliendo del agua se desvaneció para convertirse en la imagen real del esposo de Val. Era alto, acuerpado y, al parecer, nadaba en las tardes por la bahía. ¿Cómo podía ser que vimos una serpiente y de la nada era el esposo de Val? ¿Era esto posible? ¿Podría un humano convertirse en reptil cuando se encontrara en otros ecosistemas? Realmente había quedado petrificada y un poco inquieta con toda la situación, además que se podría decir que no era muy fan de los reptiles.

 

Val saludó normal a su esposo como sí nada hubiese pasado, yo me tragué las palabras, no podía hablar cuando mi cerebro estaba hecho un torbellino de pensamientos y teorías. La perfección de la vida de mi amiga se me desvaneció, ella podía tener el control de todo lo que estaba a su alrededor y bajo su poder, pero haberse enamorado de un reptil sin saberlo, era algo que ella no podía controlar, el corazón había decidido por ella. 

 

Volví a la realidad, cuando Val me sacudió con un par de palabras y un leve zarandeo en el brazo. Me estaba preguntando que sí nos tomábamos un par de vinos, después que terminara de bañar al bebé. La verdad no tenía la más mínima intención de confirmar sí el bebé había heredado la genética reptil del padre. Le dije que no podía, que ya tenía que volver a casa, ella se sorprendió de mi actitud un poco fría, pero no dijo nada, sólo bajó los ojos y me dio un abrazo de despedida.

 

Siempre me había considerado de mente abierta, pero esto ya era más de lo que yo podía entender, mis sentimientos estaban atrapados en una nube pesada y negra. Me paré de repente en una calle solitaria y de poco tráfico, agarré mi celular y empecé a buscar en Google algo que hablara sobre la posibilidad de que existieran humanos-reptiles y tras un par de clics en diferentes artículos, encontré algo que me dejó sorprendida:

 

“Científicos del Instituto Heartstone para Enfermedades Cardiovasculares, en Estados Unidos, han trazado la evolución de las cuatro cavidades del corazón humano, descubriendo que existe un factor genético común entre dicha evolución y el desarrollo de los corazones de las tortugas y otros reptiles. Concretamente, los investigadores han demostrado que una proteína específica que se activa en los genes está implicada en la formación de los corazones de tortugas, lagartos y, también, de los humanos. Existe un gen implicado en todos los procesos de formación coronaria de las especies mencionadas, el llamado Tbx5, que ya se sabía que está relacionado con enfermedades coronarias congénitas en humanos. Desde un punto de vista evolutivo, los reptiles resultan esenciales para comprender la evolución del corazón humano”.

 

 

Sí desde el punto de vista evolutivo, los reptiles resultaban esenciales para comprender la evolución del corazón, yo definitivamente estaba en lo más bajo de la escala evolutiva. No entendía nada, ni siquiera podía comprender cómo nuestro corazón humano podía estar tan relacionado con esa especie…Lo pensé, lo estudié, lo traté de interiorizar y no lo logré, pero al final de todo mi embrollo mental, caí en cuenta que hay cosas que escapan nuestro más profundo entendimiento en esta vida, como el amor; lo podemos sentir, vivir, expresar, pero entender...no sé. Quizás hay cosas en la vida que basta simplemente con vivirlas, porque no necesitamos comprenderlas para sumergirnos al 100% en ellas y disfrutar de las sorpresas que nos encontramos en el camino. 

Ana María Bustos

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