Las murallas, el sol despidiéndose para ir a descansar y la luna entrando a trabajar, una tarde como cualquier otra en Cartagena. Lo que pocos sabÃan es que se aproximaba un evento desgarrador e inhumano.
Por la ciudad se paseaba un camión tipo chiva, que estaba brandeado con una de las gaseosas nacionales más reconocidas del paÃs. Dos mujeres jóvenes iban al mando del vehÃculo y sabÃan exactamente las vÃas por donde debÃan ir. Mientras tanto, se rumoraba en la ciudad que lo mejor era no ver ese camión y, en caso que la coincidencia se encontrará con la mala suerte, era mejor esconderse. Asà que yo iba con un par de amigos con nuestro mejor vestuario para esa ocasión: La precaución.
Pero fue inevitable escaparnos de la situación a la que tanto temÃamos y de repente nos vimos cautivos por las 2 jóvenes sospechosas.
Tristeza. Miedo. Angustia. Sueños rotos.
¿Por qué estábamos aquÃ? Tal vez los prisioneros tenÃan razones para hacerlo, pero nunca nos lo explicaron porque simplemente para ellos era mejor tenernos alejados del mundo. De humanos pasamos a ser simple animales domesticados para evitarnos problemas. No tenÃamos privacidad y mucho menos derechos. Los amigos habÃan desaparecido, al igual que la esperanza. El tiempo pasaba y las ganas de vivir desaparecÃan.
Hasta que un dÃa, un hombre pelinegro con ojos azules logró convertir la tristeza en alegrÃa, consiguió que mis sentimientos cambiaran y terminé abandonando el odio. Si iba a morir, preferÃa hacerlo enamorada y no amargada, asà que me arriesgué a dejar volar la imaginación y me embarqué en un viaje fantasioso donde él y yo éramos libres y felices.
Una mañana sentados en el piso del patio, él me decÃa al oÃdo: “Estamos en Dinamarca, felices, tranquilos y yo te invito a desayunar. Tus pides unos pancakes, los más deliciosos del mundo, cuando…”
Humo y más humo.
¡La salvación habÃa llegado! HabÃan destruido ese campo de concentración nazi que nos habÃa estado matando en alma y cuerpo. Lo que tanto esperábamos al parecer se habÃa hecho realidad. Yo no lo creÃa, él tampoco.
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