A las afueras de la ciudad, en un restaurante abierto, donde se respiraba aire limpio y se sentÃa la abundancia de la naturaleza, nos encontrábamos compartiendo con un grupo de personas que recién conocÃamos. Era curioso sentirnos a gusto con gente que nunca habÃamos tenido la oportunidad de ver, pero que sentÃamos conocÃamos de tiempo atrás. Lo más seguro era que Emanuel se hubiese tomado el tiempo de escoger muy bien los asistentes a ese encuentro.
Era un sábado, el sol brillaba con fuerza, pero sin calentar demasiado permitiendo que la calidez del clima primaveral lo inundara todo. La naturaleza apabullante que nos rodeaba nos robaba sonrisas que salÃan sin previo aviso y nos impulsaba a sacar nuestros celulares para capturar su belleza de manera instantánea. El ambiente desprendÃa una tranquilidad suave y deliciosa que nos complacÃa a todos los que nos encontrábamos allà y aunque todos estábamos a la expectativa de lo que aprenderÃamos ese dÃa, no cabÃa espacio para la duda o la incredulidad, sólo habÃa ganas de creer, crecer y divertirse.
En total, éramos un grupo de aproximadamente veinticinco personas o, mejor dicho ‘pacientes’, de Emanuel. Mientras que algunos buscaban la sanación a sus males terrenales que se reflejaban en el cuerpo, otros se encontraban en un camino de evolución espiritual, pero independientemente de nuestra intención personal de asistir al evento, sabÃamos que estábamos ahà por algo que nos llamaba más allá de la razón. Después de un tiempo de compartir conversaciones ligeras con los demás asistentes, Emanuel entonó su voz y nos guió para que nos sentáramos en cÃrculo, mientras que cantaba uno de sus mantras.
No sabÃamos cuántos minutos habÃan pasado porque el tiempo habÃa dejado de ser una dimensión conocida, porque estábamos tan sumergidos en el discurso de Emanuel, que se sentÃa como sà hubiésemos salido de ese axis donde se encuentra el tiempo con el espacio. La conversación fue evolucionando hasta un punto en el que Emanuel nos dijo que en los nódulos de la mano nos iba apareciendo lo que en realidad cada uno representaba o el poder que traÃa a este mundo para compartir con los demás. Esta palabra o término aparecerÃa en los nudillos de la mano como una cortada sublime y delicada, como sà se hubiese hecho con una hoja de papel. Hubo un hombre que exclamó de felicidad y de asombro porque podÃa ver la palabra completa en los nudillos de su mano, decÃa “pquyquy” que estaba escrito en Muisca y traducÃa “corazón”; aquel hombre tenÃa un corazón que podÃa transformarlo todo. Todos empezamos a mirarnos los nudillos con detenimiento y yo vi unas letras que claramente no sabÃa qué significaban “ncres”…Fonéticamente me sonaba a ‘en-crees’ como de ‘creer’, pero no sabÃa sà estaba en lo cierto, asà que decidà acercarme a Emanuel y mostrarle las letras que componÃan esa palabra que no lograba descifrar, el miró mi mano hecha un puño y me dijo, “ahà dice: ‘nyia’ que significa “oro” en el lenguaje Muisca”. Quedé pensando qué significarÃa eso y como por arte de magia, Emanuel leyó mis pensamientos y me dijo: “significa que tú vales tu peso en oro y todo lo que tienes que compartir en este mundo es oro, riqueza, abundancia. Lo que tienes por dar a los demás es demasiado valioso y aun asà te cuesta verlo. Cuando leÃste las letras por primera vez, pensaste que estaba relacionado con algo de ‘creer’ y tiene que ver mucho en que todavÃa no has eliminado la neblina que no te permite creer en todo lo que tienes por dar. Ahora es el momento de despejar esa bruma, re-descubrir tu valor y dejarte fluir en el camino que el Creador ha puesto para ti”.
Asà como Emanuel se ocupó de inmediato con otros asistentes que querÃan conocer también el significado de las letras que recién aparecÃan o estaban inquietos por no tener nada aún en sus manos, mi mente se ocupó en entender todo lo que habÃa construido aquella neblina que me impedÃa ver y reconocer mi verdadero valor y por un momento, me sentà mal, mal de no haber aprovechado todos estos años para hacer cosas increÃbles, para crear abundancia a mi alrededor y poder dar más de lo que habÃa dado hasta el momento, pero también me sentà libre, libre de poder entender porque me frenaba tanto ante ciertas circunstancias, porque me costaba brillar y preferÃa ocultarme, pasar desapercibida. Aquellas letras me dejaron ver, por primera vez, lo maravilloso que serÃa brillar de ahora en adelante, de quitarle el freno de mano a los sueños y dejarlos fluir a la velocidad a la que querÃa ir. Mientras mi mente o mi ser -ya no podÃa entender la diferencia- se regocijaba en las maravillas que estaba re-descubriendo, Emanuel paró el momento que se habÃa creado a su alrededor y pidió tiempo y comida, se sentÃa cansado y débil. Lo llevamos a una silla y lo ayudamos a que se sentara, mientras pedÃamos con urgencia algo de comer para que recobrara las fuerzas.
Después de unos minutos de descanso y que Emanuel lograra reconectarse con su energÃa poderosa, almorzamos en armonÃa, mientras compartÃamos conversaciones enriquecedoras. Fue un dÃa inolvidable, de esos que se quedan grabados, no sólo en tu mente, pero también en tu corazón.