El dÃa estaba soleado y la brisa fluÃa con mesura. Se podrÃa decir, según el pronóstico del tiempo, que era un dÃa ideal para viajar, porque a pesar de todo el avance de la tecnologÃa para construir aeronaves que pudieran sobrevivir a una variedad de posibles escenarios, el miedo silencioso que latÃa en las profundidades de la psiquis, lograba sobrepasar el conocimiento y entendimiento racional de las probabilidades. La mente analÃtica trataba de acallar el miedo inconsciente y éste parecÃa rendirse con cierto desdén.
A pesar que el sol a veces decidÃa no darse una vuelta por Bogotá, hoy era un dÃa de esos que el cielo se destapaba para dejar pasar los rayos del sol que atravesaban la atmósfera con una intensidad calurosamente mágica.
Andrés se estaba preparando para coger sus cosas y abordar el vuelo AV 215 con destino a Cartagena. TenÃa un aire tranquilo, que a él le costaba asumir estando en un aeropuerto, pero el trago de ginebra mezclado con el pronóstico del tiempo, habÃan ayudado a tener una actitud relajada. Además, el vuelo estaba puntual y el abordaje se estaba haciendo de la forma más efectiva.
Andrés se sentó en la silla 2D y acomodó su ligero equipaje de forma rápida, con el fin de sentarse y empezar a leer las noticias del dÃa, mientras que esperaba a que todos los pasajeros abordaran. Subir de primero y escoger pasillo, otra de las cosas que le proporcionaban seguridad ontológica al viajar.
Todos los pasajeros abordo, video de seguridad desplegado, chequeo cruzado listo, bienvenida del piloto finalizada. Todo en orden para despegar. Y ahà iba a Andrés con el miedo latente adormilado y la mente analÃtica, manteniendo el orden dentro de su ser.
Treinta minutos de vuelo y parecÃa ser uno excepcional, sin percances ni nubes voluptuosas amenazando la estabilidad mental de los pasajeros. Cuarenta y cinco minutos de viaje y justo cuando Andrés iba a cantar victoria por ese vuelo tan fenomenal, salió una azafata dando un anuncio poco previsible.
"Apreciados pasajeros, les recomendamos mantener puesto el cinturón de seguridad en todo momento. Queremos informarles que no podremos aterrizar en el aeropuerto Rafael Nuñez de la ciudad de Cartagena como estaba previsto, por un percance en este aeropuerto. Le solicitamos amablemente mantener la calma. Tenemos otra opción de aterrizaje; lo haremos en la bahÃa de Manga".
¿Cómo mantener la calma en un momento como éste? ¿qué habÃa que hacer para no perder la noción de la realidad y pensar con claridad? El vuelo tenÃa un pasajero inesperado: el miedo. La desesperación, la incertidumbre y las emociones inundaban el aire, hasta parecÃa que la composición del oxÃgeno habÃa cambiado porque respirar se habÃa vuelto más difÃcil. Qué rara era la mente, ¿no? Les habÃan dado el problema y la solución, pero la mente ansiosa y puesta en condiciones alarmantes, decidÃa tomar los caminos más oscuros, quizás para cubrirse "en salud" o para no crearse falsas ilusiones, creyendo que imaginando el peor escenario posible, se cubrirÃa frente al posible sufrimiento.
La azafata tuvo que volver a hacer otro anuncio, con su voz trabajada para mantener la calma, pedÃa silencio y tranquilidad, porque no estaban en situación de riesgo, simplemente era un cambio de planes. Andrés pensó que quizás, querÃan que todos se calmaran, para que tuvieran una muerte más serena. Agghh la mente. Envidió en ese momento la serenidad que mantenÃa la tripulación.
Los pasajeros que estaban en ventana, podÃan visualizar cómo se iban acercando a la bahÃa. ParecÃa que el tiempo pasaba en cámara lenta, aunque en verdad, la velocidad del avión decÃa todo lo contrario. El avión, cargado de dudas, oraciones y ansiedad, empezó a descender. El piloto murmuraba "ojalá no haya nadie en la pista", mientras que las ruedas del avión se iban desplegando hasta tocar tierra.
El sonido seco y fuerte del avión tocando tierra, el sonido de las maletas golpeándose contra la cabina, el suspiro de algunos, las lágrimas de otros. Todo mezclado en un mismo coro ambientaba la ocasión. Andrés, sentÃa como sà hubiesen aterrizado literalmente dentro de la bahÃa porque el sudor frÃo lo habÃa invadido, se sentÃa como un helado derritiéndose a pleno sol caribeño del medio dÃa; los pensamientos ya no venÃan ordenados, cómo sà alguna vez pasara asà en realidad. ParecÃa como sà en su mente se hubiese atravesado una nube porque habÃa dejado de pensar con claridad, no sabÃa cómo interpretar sus sentimientos y quizás estuviera a punto de explotar en lágrimas de aturdimiento, como una nube cuando ha superado su lÃmite de crecimiento y ya no queda otra opción, que romper en pequeñas gotas de agua.
Afortunadamente nadie habÃa salido herido de esa hazaña inesperada, quizás las oraciones habÃan calado en la organización de los hechos o tal vez, el piloto tenÃa amplia experiencia en aterrizajes forzosos en lugares inesperados. Como fuera la situación, Andrés se sintió transformado más allá de lo fÃsico, sintió que su alma se habÃa renovado, como si hubiese tenido un upgrade del sistema operativo, como si hubiese resucitado al estilo de Jesús. El miedo lo habÃa transformado, lo habÃa llevado a vivir en carne propia la fobia que tenÃa a la incertidumbre de montarse en un avión y entregarle su vida a un piloto que nisiquiera conocÃa. El miedo lo habÃa enfrentado en un duelo directo y sin intermediarios, donde sólo quedaba confiar y salir adelante. Confiar en que todo podÃa salir bien. Confiar en la vida y entregarse a la situación. Confiar, porque de nada servÃa tener todo bajo control, cuando existÃan cosas que quizás saldrÃan de una forma inesperada, porque la vida finalmente era eso: un conjunto de sucesos inesperados que se presentaban sin antelación para enseñarnos de a poquitos la verdadera experiencia del ser en forma humana.