Sábado en la mañana, trabajo de fin de semana y un sol caribeño que provoca estar en la calle disfrutando del buen clima.
Mariana y Margarita caminan por la calle que las guía a la oficina donde deben cumplir la jornada laboral sabatina. Ellas se sienten nerviosas porque no saben cómo va a ser. Sus corazones palpitan con intensidad, a medida que se van acercando al lugar.
-Aún cuando es sábado, todos parecen estar felices de estar ahí trabajando–
Al llegar, Mariana y Margarita aprovechan que el ascensor se acaba de abrir para subir a donde las están esperando, pero hay un problema, el ascensor no es un ascensor tradicional, sino que pasa los límites de la innovación y de la creatividad.
- Son botones redondos y muy grandes. Cada uno produce un sonido bastante armónico y para llegar al piso que se desea, toca marcar una clave que termina componiendo una cancioncita, corta y pegajosa-
“¿Y la clave?” pregunta Mariana, pero Margarita está tan concentrada en los sonidos y colores que se producen al presionar las teclas, que no le responde.
Otro piso, ninguno como los otros que se habían dejado entrever. Entra un hombre alto y sonriente y saluda a Mariana con una frase que la deja fría. “Hola, amor de mi vida”. Silencio y asombro se unen al grupo, unificando la sensación de todos los que estaban ahí.
Mariana lo mira y logra intimidarlo tanto que él, en par segundos, la deja de mirar, pero no se detiene y decide saludarla de beso en el cachete, un simple gesto que los uniría por el resto de sus cortas existencias.
El hombre apuesto se sabe la clave del piso al que Mariana y Margarita necesitan ir y la marca. Es un piso donde abunda la creatividad, los colores, los juegos, la diversión y la gente feliz.
El piso de repente se convierte en un campo abierto, donde la naturaleza muestra lo mejor de sí y los lagos adornan la hermosa vista, que alguien, alguna vez creó.
¿Dónde está Mariana y el amor de su vida?
¿Por qué hay tanta belleza reunida en un solo lugar?
La preguntas se disipan, mientras que Mariana ahora se encuentra en su cuarto, frente a un amor que creyó había perdido en el pasado. Un amor preocupado y que sufre porque aún, cuando ama a la mujer con la que habla por celular, no cree estar preparado para afrontar retos. La mujer lo reta, él agacha la cabeza y dice que pensaba aceptar el reto, pero que simplemente en este momento de su vida, no puede.
Él sufre, ella no entiende, Mariana sólo ve la situación.
La líneas de preocupación que marcan su frente, se van planchado con la mano de Mariana y aún cuando él no puede dejar la ansiedad de lado, se siente protegido por el amor que alguna vez dejó escapar por la ventana.
Una pluma naranja en la mesita de noche, un sueño que contar y una historia por vivir….
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